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domingo, 27 de febrero de 2011

viernes, 11 de febrero de 2011

INTERVALO DOLOROSO.



Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como el dolor. Quien me diera ser un niño poniendo
barcos de papel en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra verde en los reflejos sombríos de la poco agua.
Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, yo no la puedo tocar.
¿Razonar mi tristeza? ¿Para qué si el raciocinio es un esfuerzo, y quien está triste no puede esforzarse?
Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la vida de los que yo tanto querría abdicar. Abdicar es

un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme. ¡Cuántas veces me aflige no ser el accionador de aquel coche, el conductor de aquel tren! ¡Cualquier
Otro banal supuesto cuya vida, por no ser mía, deliciosamente me penetra para que yo la quiera y se me
finge ajena!

Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa. La noción de la vida como un todo no me aplastaría los hombros del pensamiento.
Mis sueños son un refugio estúpido, como un paraguas contra un rayo.
Soy tan inerte, tan pobrecito, tan falto de gestos y de actos.
Por más que por mí me interne, todos los atajos de mi sueño van a dar a claridades de angustia.
Incluso yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en los que el sueño me huye. Entonces las cosas me

parecen nítidas. Se desvanece la neblina en la que me cerco. Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma. Todas las durezas miradas me duele saberlas durezas. Todos los pesos visibles de objetos me pesan por dentro del alma.
La (mi) vida es como si me golpeasen con ella.

PESSOA.